SEGUIDORES

23/02/2020

Un Lucario llamado Z - cap. 2


Primera amistad




Cuando me desperté porque alguno de mis sentidos me advirtió de una anomalía en mi entorno, descubrí que el Zorua había desaparecido. Lo busqué por toda la sima, pero lo único que encontré fue un túnel por el que corría un riachuelo, cuya desembocadura era ni más ni menos que el gran charco. Allí dentro estaba muy oscuro, pero por suerte yo contaba con la misteriosa piedra brillante, la cual usé como fuente de luz para orientarme en la oscuridad.

Imagen de Efraimstochter (pixabay.com)
Tardé menos de un minuto en llegar al final del pasadizo para situarme entonces en una gigantesca caverna bañada por un río. Gracias a la luz matutina que se filtraba a través de los escasos agujeritos de aquel techo plagado de estalactitas, pude ver al Zorua sobre una lejana y destartalada vía de ferrocarril. Grité para llamar su atención, y lo único que hizo fue darme las gracias para luego desaparecer de mi vista. A juzgar por su voz, debía ser una hembra.



Se me presentaron entonces dos opciones: volver atrás o explorar la cueva en busca de una salida alternativa… y acabé decantándome por lo segundo.



Mientras seguía el río, no encontré nada más que Pokémon ávidos de violencia, por lo que yo debía hacerles frente o escapar de ellos. No podía usar siempre mis ataques de «Velocidad extrema» y «Psíquico» porque me restaban demasiada energía, así que de alguna manera tuve que averiguar qué otros movimientos más conocía. Uno lo descubrí dejándome guiar por mi sexto sentido (por así llamarlo) para generar entre mis manos una refulgente esfera celeste que yo arrojaba contra un objetivo para terminar explosionando por el impacto. Aquel ataque era «Esfera aural».



Tras llegar a una laguna que inundaba mi camino, me percaté de la rauda aproximación de un Pokémon que terminó desvelándose como un Feebas. La razón por la que dicho pez había saltado a tierra fue porque estaba siendo perseguido por un Kabutops al que tuve que derribar con una «Esfera aural» en cuanto saliese violentamente del agua.



- Gra… gracias. – me agradeció Feebas con una tierna voz femenina.

- No hay de qué. – sonreí levemente antes de observar que tal Pokémon no se asfixiaba al estar fuera del agua. Cuando estuve a punto de preguntárselo, el Kabutops emergió otra vez del río dispuesto a contraatacar.



Ahora, en lugar de generar otra «Esfera aural», por alguna razón me impulsé a sacudir bruscamente mis brazos para así transformar los pinchos de mis muñecas en largas y relucientes garras de tres uñas cada una. Yo conocía «Garra metal».



- Deja en paz a esta Feebas. – advertí, pero el aura de aquel Kabutops estaba impregnada de maldad y furia (cosa que ya se le notaba en la mirada), razón por la que no dudó en lanzarse al ataque con sus afilados brazos con forma de guadaña.

Tras esquivarlo, respondí con unos feroces arañazos que no parecían ser tan eficaces como mi «Esfera aural», pero al menos yo podía prescindir de toda concentración e invertir poca energía para usar mi «Garra metal», dado que era un movimiento muy práctico y que encima parecía aumentar de potencia de vez en cuando.


El combate contra el Kabutops resultó ser más complicado de lo que imaginé, pero finalmente salí vencedor, y la Feebas me felicitó por ello.



- Gracias… – le sonreí de nuevo. – Oye, ¿cómo es que puedes vivir fuera del agua siendo un pez?

- Ni idea. – contestó Feebas. – Pero ¿puedo preguntarte adónde vas?

- Al principio me pasé por aquí tratando de alcanzar a una Zorua que “rescaté” anoche, pero acabé perdiéndole el rastro y ahora estoy buscando una salida… – dije antes de observar la vía de ferrocarril, la cual parecía extenderse por toda la caverna. – Probaré a seguir esos raíles.

- ¡Espera! – gritó Feebas cuando me dispuse a subirme a la vía. – Llévame contigo.

- ¿Estás segura? – miré algo desconcertado a dicho pez. – Puede ser peligroso.

- Pero tú me protegerás, ¿verdad?



No pude decirle que no al primer Pokémon con el que llegué a entenderme, además que se le veía indefenso, así que cargué con él, cosa fácil porque pesaba muy poco, y proseguí mi camino.



La vía me llevó finalmente hasta un punto muerto, pero al menos me permitió salir de la caverna, ubicándome entonces en lo alto de una montaña desde donde pude avistar un valle a lo lejos.


Imagen de Free-Photos (pixabay.com)


- Qué vistas… Nunca había visto nada similar. – se maravilló Feebas con el paisaje.

- Pues prepárate, porque tendré que descender la montaña forzosamente. – advertí antes de lanzarme a “surfear” sobre la rocosa pendiente.



Las almohadillas de mis pies atenuaron el daño ocasionado por el roce con las escarpaduras, pero de todos modos acabé lastimándome de tal manera que, tras finalizar el descenso, tenía que caminar más despacio por culpa del dolor.



- ¿Te has hecho daño? – se alarmó Feebas.

- Se me nota demasiado, ¿no? – esbocé una falsa sonrisa. – No te preocupes, puedo continuar… A propósito, ¿por qué fuiste atacada por aquel Kabutops? – cambié de tema para que Feebas no siguiera preocupándose por mi estado.

- ¿Eh?… Pues… No tengo ni idea: Yo estaba nadando tan tranquila por un lago que había fuera de aquella cueva, y de repente apareció ese Pokémon dispuesto a perseguirme.

- ¿Así sin más?

- Como lo oyes. No sé por qué, pero últimamente muchos Pokémon están volviéndose agresivos… – pausó Feebas durante unos segundos en los que pude detectar tristeza en su aura. – Creí que yo ya tenía suficiente siendo menospreciada por ser fea e inútil, y que hubiese tenido un amigo que terminara abandonándome…

- ¿Tuviste un amigo?

- Al menos eso pensaba yo. Él era un Dratini bastante amable… pero sólo nos vimos un par de veces. Desde entonces no he vuelto a saber de él y me he sentido todavía más sola… Tú no harás lo mismo, ¿verdad?



Se me hizo un nudo en el estómago al oír aquella última frase. ¿Qué iba a contestarle? Yo tenía la corazonada de que en algún momento me separaría de Feebas, pero entretanto no podía fastidiarle la ilusión.



- No creo que aquel Dratini te hubiese abandonado. – intenté evadir la pregunta. – Seguramente le habrá ocurrido algo… y por eso no volvió a verte.

- ¿Quieres decir que… está muerto? – se horrorizó Feebas.

- Es una posibilidad, ¿para qué voy a mentirte? Pero no te preocupes, ahora estoy yo aquí para protegerte y para impedir que te sientas sola.

- *snif*… Gracias. Muchas gracias, Lucario.



Escuchar el nombre de la especie Pokémon a la que yo pertenecía me incomodó un poco, probablemente por imaginar que en un futuro me toparía con muchos otros como yo… así que no me demoré más y decidí ponerme el primer mote que me vino a la mente.



- Puedes llamarme “Z”. – me autonombré.



Imagen de MonikaP (pixabay.com)
Tras un minuto de caminata por el bosque intentando llegar hasta el valle, comenzó a rugirme la tripa. Me acordé entonces de que yo no había desayunado, por lo que me senté a picotear algo. También hice migas algún alimento para dárselo a Feebas, ya que ésta no parecía tener dientes.



El almuerzo fue interrumpido cuando me percaté de un estruendo bastante lejano… pero que se aproximaba con bastante rapidez. Logré agarrar a Feebas y apartarme antes de que la cosa responsable de dicho ruido arrasara nuestra posición con una brutal embestida. Identifiqué aquello como una bola gigante de color granate que derrapó para llevar a cabo otro intento fallido por arrollarnos. Luego de eso se desveló como un Scolipede, un Pokémon con forma de escolopendra gigante con sólo cuatro patas que había usado su ataque «Desenrollar»… y que ahora alzó sus dos patas delanteras para provocar un seísmo que me hiciera perder el equilibrio y sufrir graves daños. Aquel ataque debía ser «Terratemblor». El Scolipede se me acercó con el propósito de pisotearme ahora que yo estaba incapacitado, pero Feebas me defendió propinándole a nuestro oponente un «Placaje» que no pareció hacerle ni cosquillas. Ante eso, el Scolipede se molestó y se dispuso a agredir a mi amiga con sus afiladas y retorcidas antenas. No lo consiguió, pues yo había estirado los brazos en dirección a tal Pokémon para fulminarle con mi ataque «Psíquico» con sólo anhelarlo ardorosamente.

Aprovechando que el Scolipede se lamía las heridas (en el sentido metafórico), cargué con Feebas e intenté huir usando mi «Velocidad extrema» a pesar del lamentable estado de mis pies.



Para cuando lograse salir del bosque, llegué hasta una pradera donde se me nubló la vista a la par que dejaban de responderme las extremidades, terminando por desmayarme mientras oía cada vez más lejos la voz de Feebas llamándome.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, evita la mayor cantidad de faltas ortográficas posible.